Humor negro es lo que recorre Las canciones del segundo piso (Sånger från andra våningen, 2000) del cineasta sueco Roy Andersson. La película, filmada casi en su totalidad en tomas de plano general, proyecta la vida de varios personajes en una ciudad embotellada por el tráfico. Esa detención del tránsito y la extraña manifestación callejera de un nutrido grupo de personas, que caminan como en una procesión de leprosos flagelantes del Medioevo, sirven como contextos urbanos para las situaciones tragicómicas que viven los personajes de Andersson. Kalle (Lars Nordh), un hombre que ha incendiado, intencionalmente, su propia tienda de muebles para cobrar el seguro, es acosado por su inestabilidad económica, por la persecución de Sven (Sture Olsson) el fantasma de un suicida con quien tiene deudas pendientes, y por la locura de su hijo Tomas, quien se encuentra en un asilo mental porque, según su padre, “se volvió loco de tanto escribir poemas”. El mago (Lucio Vucina) que fracasa en el clásico acto de magia de dividir en dos partes a un voluntario sobre el escenario. El supuesto acto de ilusionismo casi le corta el estómago al voluntario, razón por la cual el mago deberá huir de la ciudad con su serrucho manchado de sangre. Y Pelle (Torbjörn Fahlström)un antiguo trabajador de una empresa que es despedido sin consideración alguna a su lealtad y antigüedad laboral son parte de los personajes que hacen vida en Canciones del segundo piso.
Los planos generales le sirven a Andersson para mostrar a seres hastiados y angustiados dentro de los espacios pulcros y ordenados de la sociedad sueca. Pero Las canciones del segundo piso no es un filme amargo ni quejumbroso, al contrario, sus personajes son poseedores del humor necesario para reírse de sus muecas cotidianas, existenciales y materiales. Andersson trabaja el hastío, el absurdo cotidiano y hace especial hincapié en el aburrimiento femenino, pues buena parte de las mujeres de su filme son esposas insatisfechas, seres que parecen objetos viejos de la casa, sujetos – bostezos, mujeres que están a punto de estallar en un colapso nervioso dentro de los vagones de un tren de rostros inexpresivos y anónimos, o reventar en llanto y gritos en pleno enfrascamiento de automóviles en la autopista
La asepsia de los hospitales, la vigilancia en el asilo mental, donde está prohibido gritar, las casas ordenadas e infelices son parte de los escenarios usados por el cineasta para mostrar una sociedad rígida y controladora, ahogada en una tonalidad grisácea. La presencia de los locos y el mendigo, el extranjero golpeado por hombres xenófobos; el psiquiátrico, la figura militar y la figura religiosa me hacen pensar en los mecanismos de control y castigo estudiados por Foucault y que Andersson expone con humor negro y corrosivo, pero sin intenciones moralizantes.
Dedicada a César Vallejo y hecha con un guión preciso, sin derroches (especial mención merecen los diálogos de Kalle con el hijo “mudo” y con Sven, el difunto) Las canciones del segundo piso miran a Suecia con una cámara distante. Una cámara que prefiere mantenerse al margen de la locura de sus personajes. Observándolos como puede mirarse a un paciente psiquiátrico: desde la ventanilla de su habitación.
3 comentarios:
Epa, Carolina,
Bienaventurados los que se sienten a ver esta película. Gracias por la recomendación.
Avilio
Hola, Avilio, "Canciones del segundo piso" además de ser una buena película es rica en matices (el hombre, el orden, el hastío amoroso, etc). Y lo mejor es que está hecha desde el humor y no desde la amargura. Hay otra película de Roy Andersson llamada "Du Levande" (2007), habrá que verla.
Saludos
Publicar un comentario